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Hoy en día, la impartición de justicia en el País es un reto. Por una parte, los talentos profesionales son cada vez más escasos y la exigencia ciudadana de una justicia pronta, expedita y de calidad es brutalmente mayor y no tiene descanso alguno. Por una parte, si bien es cierto, nuestras instituciones judiciales están innovando en capacitar y evaluar continuamente a su personal jurídicamente, por otro lado, poco se ha invertido en programas para analizar, corregir y/o potencializar la inteligencia emocional de los jueces, magistrados y en sí, de todo el personal jurídico involucrado en la impartición de justicia.

Cuando se habla de inteligencia emocional enfocada al servicio público, la crítica es fuerte, por alguna razón las personas lo relacionan con debilidad y escepticismo, siguen creyendo que las terapias psicológicas o emocionales solo son para los “débiles, frágiles y desafortunados”, sin entender que, quien trabaja su interior es mucho más fuerte para afrontar el mundo exterior y tiene mejores herramientas para su desarrollo humano y profesional.

Es irónico, nuestro sistema está tan enfocado en amplificar los conocimientos profesionales de su personal que se ha desinteresado en la salud humana emocional, y a la inversa, los impartidores de justicia estamos tan enfocados en nuestro desarrollo jurídico que invertimos poco tiempo en mejorar lo que verdaderamente nos hace mejores personas: nuestro bienestar en pensamientos, emociones y sentimientos.

Para ocupar un cargo con alta responsabilidad jurídica – social, donde las decisiones de ministros, magistrados y jueces cambian la vida y el futuro de cientos de personas, es elemental comprender si aquella persona se encuentra, en primera instancia, emocionalmente apta para asumir dicho compromiso.

En la actualidad, ya no solo es suficiente tener el conocimiento jurídico, sino también se requiere de contar con los mejores niveles de salud física y mental, pues resulta que éste último, abarca el aspecto psicológico y emocional.

La noción de la “buena salud” ya no solo encierra el no padecer de enfermedades, sino abarca de un esquema completo de buen desarrollo físico y de buena estabilidad mental y social, practicar ejercicio, mantener una buena alimentación y fortalecer las flaquezas de la mente, potencializan significativamente que el desempeño del juzgador sea mas eficiente, fuerte, seguro y funcional.

Tan es así, que la misma constitución de la Organización Mundial de la Salud señala en su inicio que: “… La salud es un estado de completo bienestar físico, mental y social, y no solamente la ausencia de afecciones o enfermedades…”

Miren, no sirve de mucho tener los mejores conocimientos legales cuando por dentro, emocionalmente el juzgador se encuentra internamente fracturado, pues emitir sentencias y aplicar criterios con resentimiento, rencor y antipatía, es tóxico no solo para sí mismo sino para toda una comunidad.

Según el “Diagnostic and Statistical Manual of Mental Disorders” (DSM-5, Manual Diagnóstico y Estadístico de Trastornos Mentales), publicado por la American Psychiatric Association (Asociación Estadounidense de Psiquiatría), marca como algunos trastornos mentales la esquizofrenia, la bipolaridad, la ansiedad, el trastorno obsesivo compulsivo, disfunciones sexuales, trastornos alimenticios, por mencionar quizá, solo algunos.

El peligro radica en que la afectación no es para la persona impartidora de justicia, sino también para todo su entorno quienes con el tiempo se llegan a contagiar.

Como un virus que se replica en el cuerpo físico, las conductas tóxicas de algunos pueden contaminar hasta las mentes más sanas y modificar su conducta.  

Un ejemplo clásico, la ciudadanía critica mucho a jueces y magistrados por su actitud soberbia y arrogante al ser atendidos, aunque sucede en algunos casos, es una triste realidad, este fenómeno es común y entenderlo es multifactorial, pero por lo regular se interpreta como una baja inteligencia emocional, por complejos e inseguridades que quizá, son resultado de un problema físico o psiquiátrico no bien resueltos.

Es obligatorio darle importancia al tema de inmediato, debemos atender al ser humano (servidor público) de forma integral, por ello, sugiero que además de exámenes médicos físicos, también se incluyan los psicológicos y emocionales. Estos análisis deberán ocurrir no solo al inicio del encargo público sino irse actualizando durante el transcurso del año y conforme a los resultados, deberán incluir programas que inviten a enriquecer la inteligencia emocional trabajando en contra de las emociones bajas como la tristeza, la angustia, la impulsividad, el enojo, el resentimiento, la envidia, la agresividad, entre otros, pues la mente y las emociones (como el cuerpo humano con el ejercicio), también se fortalecen con la práctica.

Como seres humanos, nadie está exento en sufrir alguna situación que lo lleve a la depresión o altos niveles de preocupación que desencadenen en alcoholismo, insomnio, ira o ansiedad, entre otros.

Si verdaderamente queremos cambiar a México bajo una nueva visión de impartición de justicia ofreciendo los mejores resultados y cambiar la imagen, la percepción social y como siempre digo: RECOBRAR LA CONFIANZA CIUDADANA, debemos enfocarnos en cuidar el capital más valioso que tenemos: El ser humano.

Fuentes de consulta:

1.- LA INTELIGENCIA EMOCIONAL DEL JUEZ COMO UN ELEMENTO PRIMORDIAL PARA LA IMPARTICIÓN A LA JUSTICIA.  Alejandra Monserrat Romero Galván* Carlos Manuel Rosales* 2020.

2.- Organización Mundial de la Salud. Página de Internet. https://www.who.int/